11 de junio de 2012

¡Policííía! ¡Ladrones!

La escalada de podredumbre alcanzó su punto más alto y no nos deja respirar. Es inimaginable que los jueces de Las Vegas puedan producir algo más adulterado que la decisión de la pelea entre Timothy Bradley y Manny Pacquiao que vimos el pasado sábado. Los malos fallos han existido siempre en el boxeo pero esto no tiene nada que ver con tarjetas equivocadas como algunas que se recordarán por siempre (Louis-Walcott, Alí-Norton III, Lara-Williams, por ejemplo), es algo mucho peor. El boxeo de Las Vegas ha sido secuestrado por gente que no es del boxeo.

El estado de Nevada pone los jueces, es ley federal, nadie puede inconformarse. O lo respetas o peleas en otro lugar. El aficionado promedio no entiende algunas complejidades y tantea buscando culpables donde no los hay. Ni Robert Arum ni Francisco Valcarcel tuvieron que ver con el robo, en todo caso podría decirse que están entre las víctimas, pero Valcarcel (presidente de la OMB ) tenía la obligación de pronunciarse. Estába viendo que su deporte era herido de muerte y en entrevista posterior al insuceso no fue capaz de decir algo más responsable que: “esto hace interesante al boxeo”. Su declaración provoca náuseas. Tenía que decir “no avalo lo ocurrido”, pero no lo dijo.

Manny Pacquiao peleó redivivo, fuerte, eficiente, y me animo a decir que cómodo. No corrió peligro relevante y hasta administró el ritmo con que dominó a Bradley a lo largo de la pelea. Así fue a los ojos de los 14,206 espectadores con boleto pagado en el MGM, y de millones de telespectadores. Esta vez todos estuvimos de acuerdo, excepto sólo dos que –milagrosa casualidad—eran jueces de la pelea. No se puede digerir. No pasa. No es creíble.

Yo di 117-111; Benny Ricardo, de la televisión inglesa, 118-111; Los Angeles Times 117-111; Joaquín Henson, de la televisión filipina, 117-111; Harold Lederman, de HBO, 119-109; el diario Las Vegas Review Journal del domingo tituló “Bradley gana por obsequio de los jueces”, y su columnista Ed Graney escribió: ‘Bradley ganó el primer round. Después quizá ganó los rounds 10 y 12 (esa fue mi tarjeta Lamazón). No hay modo de aceptar que haya ganado más’. Cameron Dunkin, manejador de Bradley, dijo a la TV, antes de conocerse la decisión: ‘Ganamos cuatro rounds, perdimos ocho’. Y Tim Bradley se disculpó con Arum sobre el ring: ‘Lo intenté, pero no pude con ese salvaje’.

Y vino la decisión, que enardeció a un público de coctel, nada boxístico. A mi lado una muchacha mexicana, feliz sin por qué, le decía a su pareja: “¡Qué padre pelea, güey, y tú qué onda güey, ¿quién ganó?!”, ajena a que el mundo se estremecía por sus cimientos.

Nigel Collins, el reputado comentarista de ESPN, ex editor de The Ring, respetado como pocos, escribió pocos minutos después en twitter una frase devastadora: “A tragic night for Pacquiao and boxing. It was perhaps the worse decisión I’ve ever seen. Anybody who thinks it was incompetence is a fool”.

Lo que más subleva es la impunidad. En un mundo ideal la comisión de Nevada debió declararse en emergencia y llamar a la policía, iniciar una investigación prometiendo que algunos irán a la cárcel. Pero no harán nada, porque el sistema se ha envilecido, no hay instancia de apelación ni corte suprema donde inconformarse. El juez que crucifica a un boxeador no rinde cuentas a nadie por su felonía. Simplemente, puede hacerlo. Sabemos bien que cuando los hombres pueden hacer lo que les da la gana sin rendir cuentas, provocan tragedias.

El boxeo está inserto en un mundo patas arriba, gobernado por las bolsas de valores, por los bancos, por la especulación y por el dinero sucio, ¡tanto tienes tanto vales!, ¿de qué nos sorprendemos tanto? Abra usted el diario, cualquier diario, cualquier día, y lo verá. Yo trabajo en la televisión donde hace algunas semanas nos censuraron una grabación porque en la mesa de comentaristas había una botella de vino a la vista. Ya sabe “la botella no puede verse, se graba de nuevo”. Y en el noticiero del mismo canal, el mismo día, aparecen catorce cuerpos mutilados hallados bajo un puente, o veintitrés, o treinta y cinco. No pasan otras noticias porque otras no hay. ¿Cómo, cómo, queremos que sea el boxeo? ¿Limpio y transparente? No puede ser porque el ser humano ha evolucionado a un estado de ingobernabilidad. O alguien duda de que a Mike Tyson había que retirarle la licencia para siempre cuando mutiló a Evander Holyfield. Eso fue lo que muchos dijimos al día siguiente del acto criminal, pero poco más tarde el propio Holyfield le restó importancia a lo ocurrido: ‘no fue tan grave, quiero la revancha’. Con esta actitud ética no viajamos al cielo, viajamos al infierno.

Eso también es corrupción, es descomposición moral, la de los que viven devotos de la religión del dólar. Su Vaticano es Wall Street. Lo del sábado es peor. El boxeo fue violentado. ¿Para qué necesitaba jueces esta pelea? ¿Para qué necesitaba esos jueces? Yo no sé nada de apuestas, pero me obligan a pensar mal, y no quiero pensarlo. Si estamos en manos de los fulleros y la mafia, todo ha terminado para el boxeo. Habrá que voltear a ver las funciones de pueblos, si es que la élite se ha corrompido hasta alcanzar su fecha de caducidad.

No me imagino a Bob Arum comprando a los jueces, eso no sucede, y sería imposible. Los jueces no podrían salirse de madre con esta flagrancia sin el beneplácito de la comisión local. Pero parece que la comisión no hará nada, porque su indiferencia tiene nombre y no me atrevo a decir cómo se llama. Y la OMB dice: “¡Qué divertido! ¡Qué interesante!” (Valcarcel dixit). Es de una gravedad que da calambres.

Nada se ha investigado, nada se ha probado a pesar de tantas dudas, pero da la impresión de que algo muy grande y terrorífico permanece escondido detrás de estas decisiones. Yo creo, con Nigel Collins, que no sospechar es pueril, una estupidez.

En la conferencia de prensa que sigue a todas las peleas, Arum gritaba: ‘¿dónde están los miembros de la comisión de Nevada? No hay ninguno aquí, siempre se esconden, no veo a uno solo que dé la cara. Esos jueces que pusieron son viejos, no saben calificar una pelea, y esa mujer (refiriéndose a la jueza Ross, de la pelea)… ¿habrá visto una pelea de boxeo en su vida?’ No se fue de largo con el lenguaje, aunque no le cuesta mucho, cuidó lo que decía, para no pronunciar ofensas que en los próximos días desvíen de lo sustancial una polémica que va a continuar.

Quizá el sistema de calificar peleas es obsoleto. Da vueltas la idea de cinco jueces (como en los clavados) para que de las puntuaciones se eliminen las dos extremas, pero es impráctico y caro. Otra cosa, como medida de emergencia, si yo fuera el organismo que reconoce al campeón (la OMB), ya en la mañana del domingo hubiera anunciado ‘que Nevada ponga sus jueces, nosotros vamos a poner en el lugar un jurado internacional neutral y competente que haga público un fallo no oficial. Es experimental. Vamos viendo en qué sitio queda Nevada que con su cotidiana arrogancia no acepta jueces que no sean los de casa’.

Esperaremos que en el transcurso de la semana que empieza hablen todos los que tienen que hablar. El silencio es cómplice, no es una opción. Los organismos del boxeo deben pedir a las autoridades de los Estados Unidos una investigación. Bob Arum fue el primero, ayer domingo llamó a la fiscalía de la nación a tomar el caso en sus manos. Si el atraco del sábado no lo amerita, no lo amerita nada. Mejor apaguemos las luces y nos vamos. O le colocamos a las arenas un cartel que diga: “Prostíbulo plus, comercio de carne humana”.

Ahora el boxeo, bien o mal, debe recomponer el tablero. Habrá revancha. En los años ochenta se logró que las revanchas quedaran prohibidas, para desbaratar especulaciones y componendas. Ahora no sé si están prohibidas en las reglas de la OMB , no me acuerdo, no me interesa. Puedo verificarlo en dos minutos, pero estoy cansado –como usted, lector—de ser estafado. Si el reglamento prohíbe o no prohíbe, da igual. Si la revancha es conveniente (conveniente quiere decir lucrativa) encontrarán la luz verde o la excepción reglamentaria que la permita.

La indignación del mundo entero les importa un cuerno a la mayoría de las autoridades del boxeo. Al fin y al cabo un poco antes de la próxima gran pelea la industria de la publicidad nos hará olvidar el pasado y nos convencerá de que lo que nos venden es imperdible. Será fácil, nadie cree que Timothy Bradley es ahora el mejor libra por libra ni que Manny Pacquiao ha dejado de serlo. Nos instalarán la necesidad de volver a creer, una vez más, con todo y los jueces de Las Vegas.

El campeón Bradley y el retador Pacquiao volverán a pelear el 10 de noviembre. Cualquier posibilidad de peleas Pacquiao-Márquez o Pacquiao-Mayweather, está muerta.

Esto sería de risa loca, si no fuera una tragedia.