22 de junio de 2012

Hace 117 años nacía Jack Dempsey (1/2)

Si la memoria sirve para algo verdaderamente útil, si la recordación nos permite edificar sobre la nostalgia, si las fechas han de conmemorarse para volver a empezar siempre en la vida, si hay aniversarios importantes para el boxeo, el próximo domingo será un día histórico, al celebrarse 117 años del nacimiento de Jack Dempsey. Se registró en la pequeña población de Manassa, Colorado, el 24 de junio de 1895. Su nombre, William Harrison Dempsey. Antes de llamarse como lo conocemos, peleó como Kid Blackie.

Fue uno de los padres del boxeo moderno.

Agonizaba 1918. La Primera Guerra Mundial había terminado y los Estados Unidos estaban hambrientos de entretenimientos. Se requerían focos de atención que obnubilaran el pasado reciente y crearan una nueva realidad, cuanto más excitante mejor. Jack Dempsey fue el gran hombre para ese momento. Peleaba desde hacía varios años y el terreno se le presentaba propicio para una carrera boxística, ahora sí, ordenada y profesional. Ya había descubierto su poder de encantamiento sobre el público en el que despertaba insondable admiración.

Jack escalaba con velocidad asombrosa a la cima de los pesos completos del momento, impactando con su estilo absolutamente salvaje, temible y temido. No en vano había aprendido todo sobre las peleas callejeras en sus años de sacaborrachos en cantinas de Utah y Colorado.

Iba a ser una estrella de los años veinte. Aquellos años que todavía se evocan como los más coloridos del siglo pasado en los Estados Unidos, y que estuvieron animados por luminarias jamás marchitas: Babe Ruth, Rudolph Valentino, Charlie Chaplin, Charles Lindbergh. Y Dempsey, por supuesto. De él dijo Paul Gallico , el célebre escritor y cronista deportivo, que “fue el más grande y más adorado héroe deportivo que el país ha conocido”.

Los orígenes del boxeo no pueden ser precisados. Su evolución encuentra raíces cada vez más profundas, conforme se regrese en el tiempo a sacudir el polvo del olvido. Boxeo profesional (peleas por dinero) existió, con distintos grados de salvajismo o moderación, desde los tiempos más antiguos, cuando se reunían hombres a batirse con lo que llamaban cestos, y que en algunos períodos se hicieron armas en las manos de los combatientes, con metales o con piedras. Homero, en la Ilíada , narra una pelea formal entre Epos y Eurialos. Pero mucho antes, hay evidencias históricas de la práctica del boxeo en Egipto y Etiopía, cuando eran un solo territorio, unos 9,000 años antes de Cristo. Es decir 8,000 años antes de que ese rincón de la tierra fuera gobernado por Ramsés II el Grande.

Pero hay otro boxeo, segura consecuencia y evolución de aquellos inicios, que es éste que conocemos en nuestros días.

Es el boxeo moderno. Sus comienzos se anotan entre 200 y 120 años atrás. Hay quienes fijan la frontera en la victoria de James Corbett sobre John L. Sullivan, en 1892 en Nueva Orleáns (pelearon con guantes de 5 onzas ), pero hay registros confiables de la actividad desde antes de 1800. Boxeadores como Tom Spring, Tom Cannon, Jem Ward, Peter Crawley, James Burke, Ben Caunt, Tom Paddock o el famoso pastor Bendigo (llamado en realidad William Thompson) todos de la Inglaterra dominante, hicieron su buen aporte a lo que pasaba hace dos centurias.

Si se trata de ver lo acontecido en el siglo veinte, si hablamos del boxeo con reglas más o menos uniformes, del traslado de la actividad a los Estados Unidos y del uso de guantes como los que conocemos, entonces sitúo a Jack Dempsey en los orígenes.

Jack fue uno de los once hijos procreados por Hyrum y Celia Dempsey. Hyrum, maestro de escuela, había sido deslumbrado por las promesas de prosperidad que adornaron la época, pero sus sueños nunca vinieron a aliviar su pesada carga, y con su familia se vio obligado a marchar de ciudad en ciudad, peregrinaje interminable, para huir de la pobreza.

A los 16 años de edad, Jack abandonó la escuela para siempre. Durante los cinco años subsiguientes se dedicó a vivir como un auténtico vagabundo, viajando en trenes sin destino, durmiendo en cualquier sitio y mendigando comida. Su único trabajo era utilizar rudimentarios conocimientos de boxeo que había adquirido de su hermano Bernie, para ganar unos pocos dólares. Retos y bravatas, pleitos de cantina, la mayoría de las veces, aportaban al adolescente las primeras pagas.

Fue alrededor de los años veinte cuando adquirió reputación como Kid Blackie, peleando en peso medio, y siendo conocido por su fuerza fuera de lo común y por su entrega y carácter incontenibles. Ganó la mayoría de unos 35 combates que se le registran con lugar y fecha, y de otro centenar que no dejaron huellas en el papel de la historia pero sí existieron y sin duda pulieron sus habilidades.

En febrero de 1917 había sido sorprendido y noqueado en un round por Fireman Jim Flynn, y ahí supo que el boxeo no es una actividad para bravucones. Estaba tan sin rumbo fijo como una veleta al viento y fue cuando decidió encauzarse. El destino intervino y pronto se alió con Jack Kearns. Ambos harían la mancuerna manager-boxeador más famosa de la historia.

Los beneficios de la sociedad para Jack, se dejaron ver de inmediato. Kearns no le daba paz y era como un padre regañón que lo acosaba para mejorar. En 1918 conseguiría vengarse de Jim Flynn, ganándole en el primer round –para no ser menos—y hacer de él uno de los 26 oponentes que cayeron antes de los primeros tres minutos en un lapso de cuatro años. Incluyendo dos años anteriores a la nueva sociedad. Era famoso, era una atracción irresistible para una enorme cantidad del público y se encaminaba veloz hacia el título mundial que poseía el también blanco Jess Willard.

Ganó a Battling Levinsky en 3, a Arthur Pelkey en 1, en 18 segundos al gigante Fred Fulton (de 1.95 metros ); a Jack Morán, de pegada demoledora, en 1; a Carl Morris, otra esperanza blanca, en 22 segundos.

Tenía 23 años cuando retó oficialmente al campeón…

Un tercer hombre, no menos mágico, no menos genial, habría de incorporarse al grupo: Tex Rickard, el más grande promotor y negociante del boxeo de los primeros setenta años del siglo veinte.

Eran los tres juntos. El mejor, más el mejor, más el mejor. Un milagro irrepetible.

Pero en los asuntos de humanos siempre pasan cosas. Un día, sin estar dañadas las relaciones entre el manager Jack Kearns y el promotor Rickard, aquél había acusado a éste de robarle al peso mediano australiano Les Darcy, quien por ese tiempo se cotizaba por las nubes. Como es de caballeros exitosos cobrarse las deudas, Doc Kearns estaba dispuesto a hacer pagar a Tex su felonía. Exigió una garantía de 27,500 dólares por los servicios de Dempsey, sabiendo que hay cosas que alguien ha de comprar, cualquiera sea el precio. La cantidad era una locura para la época.

Tex Rickard no la tuvo fácil. Willard se mostró incluso más difícil de satisfacer: reclamó 100 mil dólares para pelear con el ya conocido como ‘el Asesino de Manassa’.

El duelo sería el 4 de julio de 1919 en la Bay View Park Arena de Toledo, Ohio. Willard saldría de las sombras pues no había defendido el título por más de 3 años. Fue la pelea más comentada desde que Jack Johnson derrotara a Jim Jeffries 9 años antes. Rickard construyó una arena para 80,000 espectadores sentados y 20,000 más parados. Fue una de sus obras colosales. Cifras de gente reunida que cuando se alcanzan aún hoy asombran.

A pesar de lo apasionante del encuentro, la venta iba algo lenta, y el famoso promotor ideó un recurso que se le copiaría siempre: anunció días antes que los boletos se estaban vendiendo como pan caliente, y en vías de acabarse. Consiguió pedidos urgentes por miles y compuso las cosas con su maniobra.

La temperatura sería la del infierno en aquel día patrio para los Estados Unidos: 44 grados. Willard, de 37 años, parecía llevar ventajas en los análisis previos. Pesó 245 libras (casi 112 kilos) e impresionaba desde su figura monumental de 2.07 metros . Dempsey era un chaparro de 1.83 metros y sólo 187 libras (84.5 kilos).

Sí, decididamente la pelea parecía lo que los estadounidenses llaman un ‘mismatch’ (desigual, fraudulenta….) a favor de Willard.

Y sí, fue una pelea desigual, a favor de Dempsey. Está en un error quien crea que la principal de las anécdotas se refiere a las siete caídas que sufrió Willard en el primer round. Lo más digno de contarse es que Dempsey bajó del ring luego de la séptima caída y se dirigió presuroso a los vestidores, dispuesto a cobrar la fabulosa apuesta para la que había sido instruido por Kearns: apostar 10,000 dólares a que la pelea terminaba en el primer capítulo. Hubo un alegato interminable sobre el campanazo que puso final al primer round, y que habría sonado sin dar tiempo a que la cuenta acabara, tras lo cual Dempsey fue llamado otra vez al ring.

El casi campeón tardaría dos rounds más en completar la tarea, aunque a Willard más le hubiera valido que no fuera así. Veamos: su quijada terminó con doble fractura, dos costillas quebradas, perdió cinco dientes, sufrió quebradura del tabique nasal y un ojo estaba cerrado por los golpes. Si de suyo esta descripción es aterradora, habiéndole sucedido a un gigante que poco antes parecía indestructible, se convierte en patética.

La bravura de Willard no estuvo en discusión. Al final del tercer round él mismo decidió retirarse diciéndole a su esquina y al réferi Ollie Pecord que no podía continuar. Dempsey era campeón y comenzaba uno de los tiempos más fabulosos en la historia del boxeo. Lo que Dempsey hizo movilizando multitudes en un tiempo en el que las comunicaciones eran casi nada, quizá no ha sido igualado. Willard vivió 49 años más y jamás se sobrepuso a la derrota.

Llevó a su tumba el convencimiento de que había sido víctima de estratagemas sospechosas. Decía, por ejemplo, que Dempsey había usado un trozo de metal dentro del guante derecho. La verdad es, sin embargo, que no había razón alguna para su amargura, salvo la actitud del león herido, que ni vencido quiere darse por vencido.

Las dos primeras defensas fueron rutinarias. Nocauts a Billy Miske y Bill Brennan. Miske era su amigo y estaba seriamente enfermo de nefritis . Le rogó al campeón una oportunidad para ganar dinero. Jack se vio obligado y arriesgó (es una forma de decir) su título en Benton Harbour, Michigan, el 6 de septiembre de 1920. Fue nocaut en tres rounds. La pelea recaudó 143,904 dólares y Miske recibió 25,000. Jack cobró 55,000 y resolvió las cosas con piedad y con pena. Fue en su vida un asunto para olvidar.

Otra defensa, la tercera, conmovería al mundo entero, sin exageraciones. El rival, Georges Carpentier, de Francia, campeón europeo de pesos gallo a completo. Europa toda y cada rincón de los Estados Unidos vibraron con el acontecimiento. La astucia de Tex Rickard administró bien la emoción colectiva y creo una atmósfera universal que hizo del mundo una sala teatral.

Fue el 2 de julio de 1921 en Nueva Jersey. Marcada a fuego en la historia. Primera pelea cuya taquilla superó el millón de dólares. Los mejores boletos tenían un precio exorbitante, inalcanzable para la mayoría, 50 dólares. Finalmente el promotor recaudó 1’789,238 dólares. La mitad del mundo virtualmente se paralizó. La radio fue un medio de comunicación más importante que nunca. Y donde no llegó la radio, el telégrafo.

Esta pelea, sólo ésta y otra posterior que Dempsey sostuvo con el argentino Luis Angel Firpo, fueron las más grandes. Cosas iguales difícilmente se han visto.

Cuando iban a chocar Dempsey y Carpentier un globo aerostático se elevó sobre París, cargado con dos depósitos de humo de colores, azul y rojo. Recorrería la ciudad anunciando a Francia el resultado de la pelea. Azul sería el soñado triunfo, rojo la infamante derrota. París lloró ese día, y el deporte en la vida de los hombres escribió una de sus páginas imborrables.

Lo contaré en detalle en la continuación de este relato, en pocos días.

En youtube se puede ver a Jack.

Hablamos de Jack Dempsey. Un portentoso campeón que nació hace 117 años y no morirá jamás.

CONTINUACIÓN