15 de septiembre de 2013

Perdió Canelo, ¿alguien esperaba otra cosa?

Al Canelo Álvarez podrán reprochársele muchas cosas, excepto lo que curiosamente muchos le reprochan después de la pelea: no haber estado a la altura de Floyd Mayweather Jr. Yo rutinariamente escribo, y espero que nadie me reclame que no lo hago como García Márquez. Hay límites y hay niveles, y hay alturas que simplemente no estamos destinados a conquistar.

Antes de la pelea casi todos los pronósticos anticipaban lo que sucedió, la victoria por decisión del portentoso peleador estadounidense. Yo también dije en muchos micrófonos (aunque tantos individuos aseguran que no escribo de otras peleas que no sean las de TV Azteca porque TV Azteca “me lo prohíbe”) que tendríamos el resultado que tuvimos, dejando una posibilidad siempre viva de que pudiera acontecer otra cosa. Hay peleas donde sucede lo inimaginable y otras en las que no sucede nada extraño, como en la de anoche.

La historia del Canelo es la de muchos peleadores que lograron eslabonar una cadena impresionante de victorias en una carrera muy cuidada y que cuando llegó el día de dar el gran paso contra el campeón de turno, se desmoronaron. Le sucedió al célebre colombiano Mario ‘Martillo’ Miranda contra Juan LaPorte y también al impresionante Mike ‘La Cobra’ Colbert al toparse con Marvin Hagler.

Esta pelea era para Álvarez la búsqueda de una victoria que prometió tanto, y esperaba que lo pusiera a la altura de los grandes mexicanos Julio César Chávez, Rubén Olivares o Juan Manuel Márquez. No hay problema con que lo haya prometido. Está bien, nadie espera que un boxeador asegure que va a perder. Sí hay problema con que lo haya prometido mucho y lo haya procurado tan poco.

Da la sensación de que las cosas no se hacen del todo bien en su preparación. Y si no se hacen del todo bien en una pelea tan importante y cara, se hacen mal. Preparar a un campeón del mundo y o a alguien que va a cobrar diez millones y será escrutado por medio planeta es una labor de alta ingeniería, destinado a gente con un especial sentido de responsabilidad y vocación de excelencia. Un triunfador sólo puede poner su destino en manos de otros triunfadores.

Es inconcebible para mi que en dos meses de publicidad constante una muchedumbre de periodistas, reporteros, arrimados y afines hayan hablado tanto diciendo tantas boberías insustanciales alrededor de la vida del Canelo y nadie, nadie, nadie se haya ocupado de lo verdaderamente importante, es decir lo boxístico.

Cuando se pacta una pelea se hace en una negociación compleja, para la que se requiere la inteligencia de quien es capaz de ganar un campeonato mundial de ajedrez. Es necesario que se pelee todo como si en cada detalle nos fuera la vida: lo esencial era el jurado y la medida del ring, pero también qué acolchado tendría el piso, la marca de los guantes, la hora del pesaje, la esquina a utilizar, quién sube primero, etcétera. Nos retacan lo baladí de la vida del boxeador, que si fue o no fue novio de una locutora, o que si tiene un carro importado y está por comprar otro, pero de boxeo… nada. ¿Es aceptable que a nadie de los alrededores se le haya ocurrido preguntar qué negociación hicieron cuando firmaron el contrato? ¿Es posible que si Televisa, De la Hoya o el señor Reynoso defendieron algo de esto que había que defender como asunto principalísimo no nos lo hayan dado a conocer? ¿Es posible que nadie del grupo del Canelo haya incurrido en el pecado de una mentada de madres por el acto bárbaro, ignominioso, de los gringos que otra vez nos reciben con réferi y jueces gringos como el peleador que tenemos enfrente.

Es posible que haber sacado ventaja en estas aparentes minucias (no son asuntos menores, un ring de 5.50 no era lo mismo para la pelea que uno de 7.30 metros) no cambiara el resultado de la pelea, pero cuidar los detalles contribuye a hacer las cosas bien, y a ganar el round cero que es el más importante de los trece rounds en disputa. Para un corredor de Fórmula 1 sería una catástrofe no escoger bien las llantas adecuadas en un día de lluvia, y aquí es lo mismo.

Hace algunos años Canelo tuvo al frente de su equipo a Rafael Mendoza Realpozo, que es el mejor en México para cuidar con prolijidad estos pormenores que a su equipo actual parecen importarle poco, pero se pelearon y rompieron relaciones. Una lástima porque si lo administrativo está mal encaminado lo boxístico sobre el ring no parece estar mejor.

Veamos. Ya sabíamos que el Canelo no haría con sus brazos mucho más que lo que hizo en la pelea, porque en su larga evolución no ha podido crecer en combinaciones de golpes salvo cuando tiene al rival contra las cuerdas, presupuesto que con Mayweather no aplica porque Mayweather sabe no estar donde el rival quisiera que esté. Dependía entonces, para esta pelea, de sus piernas, que tendrían que haber ensayado en diez semanas de preparación movimientos de encerronas a Floyd que tampoco hizo. Yo hubiera jurado que Canelo los practicaría hasta que le salieran solos, con automatismo y rapidez, para encapsular a tan hábil fugitivo. No lo hizo. Sin estrategia no había esperanza.

Sin armas para la guerra ya no nos quedaba nada, pero todavía creo que Saúl debió hacer un cambio de ritmo y jugarse el pellejo en la segunda mitad. La hecatombe estaba a la vista y consumada, pero podía no dejarse morir antes de tiempo. A veces es mejor hacer el ridículo que no hacer nada. Para mi debió echarse encima de Floyd Jr., o cuando menos intentarlo, con brazos abiertos, con desesperación, con el desorden de quien corre mariposas en el campo, pero procurando propiciar el milagro.

La pelea era difícil, casi imposible, y encima el Canelo le facilitó el trabajo a Floyd Jr. Fue descorazonador.

Nada, señores. No hizo nada. No le pedíamos al nuestro que ganara la pelea, porque hay cosas que no se pueden lograr y todos lo entendemos, pero sí anhelábamos que aprovechara esta dichosa oportunidad incomparable para intentar el arrebato de cazar al prófugo del ring con mayor ahínco y fiereza. El Canelo hizo lo que hace el galgo en el galgódromo cuando persigue la zanahoria mecánica: corrió detrás de un espejismo, inalcanzable. Y no lo alcanzó.