11 de marzo de 2014

Canelo, ¿bien o mal?

Cuando pelea Juan Manuel Márquez todo es aprobación.

Cuando pelean el Canelo o Chávez Junior todo es escándalo.

A los dos escandalosos los siguen multitudes, y al mismo tiempo un sector del público los llena de improperios: inflados, inventos de la televisión, payasos y cosas peores. Los comentaristas, claro, somos paleros, mentirosos, cómplices, cobardes. Algunos individuos esperan que les gritemos a los boxeadores los anatemas que ellos vociferan desde el anonimato. En esto de arremeter, hay que arremeter contra lo que esté a la vista, como contra el réferi del sábado, Tony Weeks, que detuvo bien el combate pero no satisfizo a nadie.

El Canelo de la pelea contra Angulo fue más o menos el mismo de siempre, aunque subió imperdonablemente pesado, o gordo, y se mostró lento como la justicia que nunca llega. El Perro Angulo fue la decepción del año y su comportamiento fue sospechoso. Amerita una investigación seria. El prestigio del boxeo, lo que queda de él, está en juego.

Canelo Álvarez es un peleador de nivel medio-alto. Una especie de Pipino Cuevas moderno. Hasta ahí. No alcanza la superestructura del boxeo. Pero, ¿quién la alcanza? Son muy pocos los Márquez, los Pacquiao, los Mayweather. Canelo en su peso podría perder con dos o tres de los primeros cincuenta clasificados, y le gana a todos los demás.

Hay cien boxeadores de menor rango que ocupan la pantalla sabatina del boxeo y la gente los ve y no dice nada, pero Álvarez sufre un escrutinio con tolerancia cero. En mi opinión Canelo le hace bien al boxeo mexicano, como todos los boxeadores que marcan elevados ratings. Algunos se olvidan de que estuvimos diez años sin esta gran oferta boxística que hay ahora, y entonces descargan su ira porque una pelea pasa veinte minutos diferida o porque Televisa o TV Azteca inflan a Canelo o a Junior. Las televisoras, a mi modo de ver, porque no participo en las grandes decisiones, promocionan lo que se vende, como son los negocios en este mundo que vivimos. Las grandes transmisiones, ultra-promocionadas, salvan a otras inevitablemente pequeñas que de todos modos queremos ver.

Gracias a eso alguien que está en su casa el sábado a la noche puede elegir a veces entre cinco transmisiones boxísticas. Si yo estuviera en mi casa, en lugar de trabajando, me arrellanaría en el sillón más cómodo a disfrutar mucho lo que ni siquiera me cuesta un centavo.

Es lo que hay. No hay otra cosa. En el insondable mundo del boxeo podemos hablar un día de calidad y otro de popularidad. El inefable promotor George Parnassus decía: “No quiero mexicano, no quiero zurdo, no quiero noqueador, no quiero blanco o negro, quiero taquillero”.

Cuando hace algunos meses pelearon Floyd Mayweather y el Canelo, algunos compañeros de TV Azteca, esos que tienen la camiseta bien puesta, estaban inquietos porque seguramente el sábado íbamos a perder en las mediciones. Yo, que también tengo la camiseta bien puesta, les decía “tranquilos, que el Canelo trabaja para nosotros”. Porque la competencia es buena y necesaria, porque mantiene vivo el boxeo, porque crea polémica, porque es preferible perder a veces que ganar siempre por estar solos.

A Julio César Junior en Azteca lo hemos visto perder, más de una vez, y lo dijimos sin pruritos ni miedos. Los jefes no nos censuraron, nos felicitaron por decir la verdad. Lo menciono para algunos seguidores que desde el sábado esperan mis imprecaciones contra el Canelo. “No te animas, Lamazón, no te dejan”, “eres esclavo de Azteca”, “si callas eres cómplice”, “pinche culero” y más.

No, a mí me gusta el boxeo y me gustan los boxeadores de nivel A pero también los de nivel B, C y D. Comentar los sábados es una fiesta. Se aplaude lo que hay que aplaudir y se señala lo que debemos hacer notar.

En Facebook jamás he borrado un mensaje porque vaya en sentido contrario de mi opinión. Sí he borrado algunos, pocos, porque no acepto en mi cuenta mal gusto o vulgaridad. Se puede decir ‘no me gusta’, no hace falta decir ‘es una m…..’

Yo seguiré viendo a Chávez en vivo y al Canelo grabado dos días después, como ahora. Diciendo lo que tengo que decir. Sin exabruptos. ¿De quién es aquella frase? “La diferencia entre un ciego y un fanático es que el ciego sabe que no ve”.