23 de marzo de 2014

Maromerito se estrelló donde Chiuas Rodríguez se consagró

Cuando se conoció la decisión, en mi intervención inmediata en la transmisión de Azteca, dije que el resultado había sido una catástrofe para el Maromerito Páez. Alguien me preguntó si no estaba exagerando con mi comentario, y le respondí: “no, me estoy quedando corto”.

No se puede (no se debe) perder por hacer así de mal las cosas en una pelea tan ganable y tan estratégica como la que Páez sostuvo y perdió con el guyanés-neoyorquino Vivian Harris.

Al Maromerito la vida y la empresa que lo administra le dieron una oportunidad inmejorable y no supo qué hacer con ella. La fortuna tocando a la puerta, y el agraciado durmiendo.

No nos hagamos los sorprendidos: el propio Jorge, Fernando Beltrán, los aficionados y yo sabíamos que esto iba a suceder alguna vez. Jorge Páez no se prepara adecuadamente para sus peleas a pesar de lo cual su racha ganadora era larga y lo hacía beligerante. Su peso (ideal, correcto, necesario) es superligero (63,500 kilos), pero no lo da nunca. ¿Saben desde cuándo no marca la división? Desde marzo de 2008, y han pasado 24 peleas. Cualquiera podría haberlo definido bien diciendo: “El Maromero es un tipo que pelea en una división a la que no pertenece, es superligero, pero como no está dispuesto a hacer los sacrificios que demanda su oficio, pelea en superwelter”. Desde ayer está sabiendo cuál es el precio de la indolencia.

A partir de que le ganó a Omar Chávez, inopinadamente y bien, a finales de 2011, las luces del espectáculo se encendieron para él y lo rodearon de un halo de misterio: ¿hasta dónde podría llegar? Dio pasos interesantes, que contaban, que valían y, mientras ganaba, la voz de la verdad era la suya. ¿Quién le dice a un vencedor el apotegma: que así de gordo no se debe pelear, que es irresponsable, que es suicida?

Y entonces la amenaza se cumplió. En el momento preciso cuando podía despegar de la medianía de su realidad hacia los sueños e ilusiones más preciados, perdió. Lo hizo de manera grosera sin siquiera ese intento grandioso de los seres humanos que puede redimirnos de cualquier fracaso, el de hacer el esfuerzo por evitar el desastre, el de luchar. Por momentos lo veíamos con desasosiego, parado frente a Vivian Harris sin saber qué hacer con los brazos. ¡Un boxeador! Como si un mudo quisiera cantar, como si un ciego quisiera disparar a un blanco.

Mucho después de que todo había terminado, nos enteraríamos de que en la mesa de la comisión de box hubo un error en las sumas. La tarjeta de Fernando Barbosa era empate, y no de dos puntos para Páez, como habían anunciado. De modo que nadie –que se sepa—vio ganador a Jorge en su noche más triste. Si le daban la pelea (al fin todo fue tan cerrado que un punto en las apreciaciones volteaba las anotaciones) estaríamos hablando de una mala noche, de cosas que corregir, pero seguiría adelante. Hace pocos días yo decía que si el Maromero ganaba bien anoche me iba a gustar verlo contra Brandon Ríos, acercándose al primer nivel. Empero la derrota que le recetaron los jueces regiomontanos es lapidaria, un misil que impacta en los cimientos de su carrera de boxeador. Tendrá que remover los escombros y construir todo de nuevo. Un desafío quizá insuperable para alguien a quien le falla la voluntad.

Pero quién sabe. No nos sorprendió anoche para bien pero puede hacerlo cualquier otro día, si muestra que no es un perdedor y que la derrota puede acicatearlo para enmendarse. Roberto Durán anunció su retiro tras el desaguisado de Nueva Orleáns en la segunda contra Sugar Ray Leonard, pero pronto encontró otra vez su más preciado tesoro, esa voluntad suya indomable, y continuó otros veinte años y cincuenta peleas. Nadie puede jurar que el Maromero carece de voluntad. El Maromero ya no tiene que convencernos, tiene que convencerse. En tiempos en que parece trasnochada la vieja costumbre de guardar las formas, Jorge debe reflexionar sobre que no las guardó ni en lo mínimo anoche, al entregar tan poco, pero siempre hay revancha si uno está vivo.

Vivian Harris con mucho oficio y casi nada más, le ganó de visitante y contra los pronósticos. Fue, efectivamente, una vergüenza. Una catástrofe para Páez, y no exageré al decirlo.

EL CHIHUAS RODRÍGUEZ CAMPEÓN DEL MUNDO
El Chihuas Rodríguez fue la antítesis de Páez, y fue capaz de tomar todo lo que había en el camino.

Asombra que un joven de 20 años y quince peleas haya conseguido tanto en tiempo tan escaso. Se dio a conocer perdiendo, cuando el año pasado enfrentó al Chocolatito González en Managua. Había aceptado un compromiso imposible de solventar contra uno de los mejores peleadores de la actualidad, y salió avante perdiendo con dignidad.

No habíamos hablando de él cuando especulábamos, tantas veces, sobre quiénes de los que son promesa pueden llegar a campeonar, y no lo habíamos hecho porque con el Chihuas todo se precipitó y se dio muy rápido. No se fue construyendo de a poco sino de a mucho.

Anoche anuló tanto al filipino Merlito Sabillo, que éste aun habiendo llegado como campeón e invicto, no logró hacer sobre el ring de Monterrey mucho más que lo que hubiera hecho quedándose en su casa del Toboso, en Negros Occidental, la región más pobre de Filipinas.

Rodríguez me hizo acordar al Giovani Segura de la primera pelea contra Iván calderón en Puerto Rico: “no se preocupen por si voy a ganar o voy a perder, sólo denme la oportunidad y de lo demás yo me encargo”.

El Chihuas lo hizo con su bagaje boxístico, sí, pero lo hizo sobre todo con actitud. Fue ayer el que somos cuando somos lo que describe Porfirio Barba Jacob en Canción de la Vida Profunda, ¿se acuerdan?

“…mas hay también ¡oh tierra! un día… un día… un día…
en que levamos anclas para jamás volver…
un día en que discurren vientos ineluctables
¡un día en que ya nadie nos puede detener!”

El Chihuas Rodríguez cae del cielo al boxeo mexicano, como un regalo bienhechor, y va a triunfar. O ya triunfó, si lo prefieren, pero va a ser, además, trascendente, porque vale y porque es popular, le cae bien a la gente, asunto tan importante en estos menesteres.

El boxeo de Monterrey, injustamente, no tenía un campeón desde hace décadas. Que el Chihuas inaugure una nueva era, prolongada y gloriosa.