4 de mayo de 2014

Comento sobre el Chino Maidana

Encuentro en mi buzón innumerables pedidos para que escriba de la pelea Floyd Mayweather – Chino Maidana, que no vi porque estaba en Culiacán en la transmisión del también dramático combate que sostuvieron Omar Chávez y el Galeno Sandoval.

Revisé varios resúmenes sobre lo sucedido en Las Vegas, uno de ellos, que me enviaron y que agradezco, de veinte minutos. No pretendo comentar la pelea ni mucho menos, sin haberla visto completa, pero comparto unas primeras ideas.
Algunas veces en el boxeo se crece perdiendo. Le pasó al Macho Camacho aquella noche inolvidable de 1992 cuando aun derrotado por Julio César Chávez despertó la admiración del mundo boxístico por sus aptitudes antes no reveladas, por su valor y su entrega.

Le pasó ayer a Marcos Maidana que reemplazó con voluntad lo que eran limitaciones en cualquier comparación con el Houdini del boxeo, Floyd Mayweather, que hasta anoche se las había arreglado para mantener lejos y a raya a sus oponentes, pero ahora tuvo que soportar un asedio asfixiante del argentino. Maidana secuestró el aire del espacio que había entre los dos y el campeón no pudo respirar en varios pasajes del pleito; puso el visitante la acción a tan corta distancia que pareció que el plan era bailar, más que pelear.

Lo actuado por el Chino me hizo acordar mucho a lo de Roberto Durán en Montreal el 20 de junio de 1980, cuando le ganó a Sugar Ray Leonard (la única vez que pelearon, me gusta decir) con la estrategia mejor elaborada de la historia del boxeo, en una pelea espantosa, de encimar y de trabar, y de desesperar a los espectadores, pero que era la que Durán necesitaba para triunfar anulando el accionar de otro privilegiado al que si se dejaba mover se dejaba hacer lo que quería y le hubiera ganado –como Mayweather—al diablo en el infierno.

Lamento no haber mencionado esto de Montreal en mi comentario previo a la pelea de anoche, porque lo pensé mucho, “el Chino tiene que hacer lo que hizo Durán”, pero concluí que al ser Mayweather mucho más activo con las piernas que Sugar Ray, iba a zafar de la presión de Marcos.

Nunca se sabe, nunca se adivina todo, y eso es lo mejor del boxeo. Maidana le faltó el respeto, como correspondía, a este semidiós del pugilato, que había dominado imponiendo un temor reverencial al Canelo Álvarez, a Robert Guerrero, a Víctor Ortiz y a otros treinta o cuarenta.

Se crece perdiendo, les decía, porque en Marcos Maidana creían los argentinos, y no creía nadie que no lo fuera. Lo demuestran las apuestas y los pronósticos. No había de dónde, claro, sostenerse para advertir que sería un escollo demasiado duro para Floyd Mayweather, pero resulta admirable que si no ganó la pelea fue, al menos, el que encontró el camino para llegar al umbral de su puerta y patearla con la desfachatez del que quiere robarse todo lo que hay detrás.

Marcos fue mejor que otras noches suyas, y logró el efecto contrario en Floyd, que terminó abucheado y sin esa seducción peculiar que, de buena o de mala gana, todos siempre acaban reconociendo.
Maidana se metió en el compromiso, lo hizo grande y trascendente, se arropó en el respaldo de su gente que fue una viendo esta batalla deportiva como un asunto nacional.

No juzguemos mal al Chino porque perdió, juzguémoslo bien porque se entregó con generosidad y grandeza. Eso basta. Nadie está obligado a ganar cuando no se puede, pero todos estamos obligados a ser lo mejor que podemos ser.

Es una buena manera de vivir esta de andar dando más de lo que se espera de nosotros. Es de hombres cabales cumplir con lo prometido, y Marcos René Maidana había prometido una proeza y la cumplió.