19 de septiembre de 2016

El difícil camino del Canelo

Está cansado de oír infamias. Burlas e insultos. Cualquiera lo estaría. Canelo vive atormentado por las críticas que recibe de un sector del público mexicano que lo rechaza y le niega jerarquía de gran peleador, y lo acosa. Canelo está harto y se le nota.

Si digo infamias es porque no se entiende el odio. A cualquiera puede no gustarle como boxeador este mexicano que en todas las listas de mejores boxeadores del momento hechas fuera de México aparece alrededor del número 5. Es decir, reconocido en el mundo y negado en casa.

Le ganó bien a Liam Smith en Arlington, en una pelea digna, e hizo un trabajo pulcro y eficaz.

¿Quién es este muchacho enigmático, serio como una estatua, impenetrable como un cadáver, boxeador esforzado con once años de carrera, con 48 peleas ganadas, capaz de meter 51 mil personas en el estadio cerrado más grande del mundo, que es el taquillero mayor de estos días y que no puede convencer del todo a sus propios paisanos?

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“El asesino del cabello del color del fuego”, dice de él el Daily Mail en Londres.

“Álvarez poderoso, preciso e inteligente”, titula el Daily Star en la capital inglesa.

“Canelo, el hombre más peligroso del boxeo”, sentencia el influyente The Guardian.

Lo pondera Los Ángeles Times.

Desde Nicaragua me dice Carlos Alfaro León, del Canal 4 de Managua: “Bien el Canelo, especialmente en la ofensiva, mejor que cuando peleó con Khan.”

En la misma Managua El Nuevo Diario publica: “A Smith podían haberle contado hasta mil.”

Desde Argentina me llega mensaje del especialista Celso Ludueña: “Me gustó mucho el Canelo.”

Le pido por mensaje a Daniel Alonso, de Lo Mejor del Boxeo en Panamá, que me diga en una línea, si vio al Canelo bien, regular o mal. Me responde: “Definitivamente, lo vi bien”.

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Le duele el alma al Canelo sabiendo que lo llaman fraudulento, mediocre y cobarde, porque, paradójicamente, ninguno de estos adjetivos provienen de aficionados o especialistas que no sean mexicanos.

Y por mexicanos –no todos, claro- está reducido a un azacán como si no fuera un campeón.

Al Canelo hay que compararlo con el Canelo. Mejor o peor que antes. Es demencial reclamarle que no tenga la precisión de Tommy Hearns, la velocidad de Sugar Ray Leonard o el boxeo eminente de Wilfredo Benítez.

Pensemos en esto: si Canelo hubiera vencido a Gennady Golovkin en su pelea anterior, esta pelea con Liam Smith no se cuestionaría. Sería una victoria notable de un campeón notable confirmando su valía ante un esforzado enemigo como el inglés que resistió, se sacrificó por el combate y peleó lo que pudo.

El problema consiste en dos supuestos que el público percibe: que evita a Golovkin y que pelea siempre con rivales físicamente más pequeños, o no elige al mejor adversario disponible.

Las dos son medias verdades. A Golovkin no lo evita. Quiere pelear con él. Pero como la pelea no se ha hecho esa cuenta pendiente con la gente no está saldada. Las peleas a veces se demoran o no se hacen nunca, y no es por miedo, sino por factores parásitos que interfieren en las negociaciones. El Ratón Macías no peleó nunca con el Toluco López aunque la pelea era obligada en los años cincuenta. Ricardo López y Chiquita González no lograron enfrentarse y Julio César Chávez y Macho Camacho se hizo seis años después de que empezó a planearse.

Lo de los rivales más pequeños es un hecho a la vista. De las últimas 27 peleas del Canelo sólo en una su rival pesó un poco más, el argentino Carlos Baldomir que por su veteranía no representaba ningún peligro.

A lo anterior hay que agregar que Saúl no ha pasado por una guerra, y no habrá nunca la consagración total para un boxeador que no haya estado en una guerra en el ring y haya salido vivo domeñando las dificultades que una guerra conlleva.

Mis argumentos quedan al escrutinio del lector, a algunos les gustarán y a otros no, dentro del marco de lo razonable, que es lo que importa. Es decir, desterremos la basura de todo lo que se le dice a Saúl: ‘tiene miedo’, ‘es un fraude’, ´no le ganó a nadie’, ‘nos da vergüenza’, ´le arreglan las peleas’, ‘tiene que cambiar de entrenaodres’, ‘lo infló Televisa y ahora TVAzteca’, ‘es del montón’, ‘un circo barato’. Esto no, no puede participar de un debate serio. La caterva de estúpidos que jode en redes sociales apesta.

En cualquier caso la presión de estos días para Saúl se manifiesta de todas las formas posibles. Si en algunos meses enfrenta a Golovkin –cosa que inexorablemente debe suceder- y pierde, será un deportista millonario y resentido porque sus detractores vociferarán que todo lo que habían señalado es verdad.

Sólo le queda ganar, y el desafío es monstruoso porque el GGG de estos días parece indestructible.

A Álvarez le han creado problemas los rivales hábiles y elusivos, con vastos recursos boxísticos, como Floyd Mayweather y Miguel Ángel Cotto. Cuando se trata de músculo contra músculo el de Guadalajara suele llevar ventaja, porque es de acero. Golovkin va a romper esta costumbre porque es de confrontación y con el mexicano van a protagonizar un choque de trenes.

Saúl ha mejorado relativamente su defensa en las peleas recientes. Bloquea, acompaña los golpes que se pueden acompañar para minimizarlos, desplaza los pies mientras se cubre con los brazos cerrados. Pero contra Liam Smith tuvo pasajes adversos al quedarse en las cuerdas. Mis compañeros de transmisión, Julio César Chávez y Marco Antonio Barrera, ponderaron –y yo mismo lo hice- cómo se quitaba golpes en las acometidas del inglés, pero como en televisión nunca hay tiempo para nada, no me fue posible precisar: se quitaba tres golpes, pero otros tres no se los quitaba.

Le fue bien porque Smith no es Gennady Golovkin. A esto francamente no le veo una solución porque enmendarlo requiere mucho trabajo, y la pelea con el kasajo no ha de estirarse tanto en el tiempo. Ese viaje a las cuerdas, si Saúl lo hace contra GGG, será un suicidio inevitable por torpeza cometida.

Se acusa a Canelo, en fin, de ser portador de un éxito grande conseguido con peleas chicas, y el murmullo incesante de los murmuradores lo ha convertido ya en el más controvertido de los 153 campeones mundiales que ha tenido el pugilismo mexicano.

Se lo acusa de disfrutar un éxito conseguido artificialmente.

Es injusto, porque para subirse cincuenta veces al ring, para ser campeón varias veces y cuanto hay, se requiere tener las agallas de un trapecista que trabaja sin red de protección, pero por aquello de que al público hay que darle lo que pide, el Canelo debería hacer algo a propósito.

¿Podemos ver otro Canelo? Eso es una quimera. A los 26 años, con 50 peleas, este es el mejor Canelo posible. Ya no mejorará en recursos boxísticos. Si le va bien podremos ver chispazos de algún recurso nuevo, que depende más del estilo del adversario de turno que de él. Y cambiará lo que cambia el paso del tiempo porque la gente y las cosas y el mundo cambian. Lo dijo Heráclito hace 2,500 años: “no volveremos a ver el mismo río…”

La pelea con Gennady Golovkin es posible, aunque de negociaciones ripiosas, porque por cada Pago por Ver que vende GGG el Canelo vende cuatro. Saúl tiene que ganar en proporción 80-20, a menos que sacrifique algo para facilitar los trámites de la pelea que es peligrosa pero que puede obsequiarle la gloria.

Se acerca la hora de enfrentarse a su destino. Ignorando el miedo antes y los lamentos después.