1 de marzo de 2017

El boxeo

El boxeo es la más descarnada representación del drama de la vida. Es el hombre y su lucha, desde que nace hasta que muere. Suele no haber atajos para evadir el dolor del vivir. No es el deporte de la ternura, ya se sabe, pero lejos del ring también hay más golpes que caricias.

Confrontar, caer, levantarse, cambiar el rumbo de las cosas, ganar y perder, gozar el abyecto placer de la venganza, mentar madres, sobreponerse a la adversidad, conjurar el mal fario de un destino malhadado, matar o morir. Igual arriba del ring que abajo de él.

No se boxea para destruir al adversario, a pesar de la metáfora. Se boxea para vencer.

El pugilato ha sido vilipendiado con largueza por un ejército de intolerantes que condenan la violencia que su práctica conlleva. Son ciegos a la realidad del mundo, la utopía con la que sueñan no existe. No hay abogados ni arquitectos boxeadores, la del ring es tarea de los más desabrigados por la sociedad.

Cuatro quintas partes de la humanidad viven en condiciones deplorables. La Organización Mundial de la Salud reveló que en el mundo hay mil cuatrocientos millones de hambrientos sin esperanzas. Esto es el estadio Azteca de la Ciudad de México catorce mil veces lleno. Miles perecen de inanición cada hora. Dos mil millones de seres sobrenadan estar vivos con un dólar por día. Otros hombres, más afortunados, al mismo tiempo, impúdicamente, se empeñan en cerrar las pocas puertas que tienen abiertas los que no tienen nada. Negarles la sola oportunidad que encontraron para apostar una ficha en la ruleta de su existencia, es lisa y llanamente matarlos.

"Combata la pobreza, mate un mendigo", decía una pinta irónica en una universidad europea, exhibiendo las soluciones que algunos tienen para hacer del mundo un mundo mejor. Siempre ha habido señores de cuellos y puños almidonados, incapaces de sentir piedad, pero, eso sí, muy educados, acicalados con prurito aristocrático, que se horrorizan por la práctica del boxeo. ¿Cómo será el mundo aséptico y pudoroso que proponen? Tal vez un mundo de conmovedora armonía con gente pintando cuadros y leyendo libros, visitando museos y oyendo música siempre suave. ¡Nada de dolor! Me pregunto de qué escribirían los poetas, qué pintarían los pintores, en qué se inspirarían los músicos si en este mundo no hubiera prostitutas, borrachos, boxeadores.

El boxeo puede gustarle o no, a usted, lector. Pero nadie podrá menospreciar la calidad de artístico en lo que fue capaz de hacer --pongamos por ejemplo-- Sugar Ray Leonard sobre un ring. Boxeo aprendido en conservatorio, que se envuelve en papel de seda. Rudolph Nureyev hubiera aplaudido embelesado, viendo tal demostración de señorío, de dominio del cuerpo, un himno a la estética. Nadie le ha pedido a Julio César Chávez que cante como Beniamino Gigli, pero tampoco nadie hubiera esperado del portentoso tenor italiano que tirara un gancho con la perfección del peleador mexicano.

Algunos llaman arte a lo que ellos hacen y vulgaridades a lo que hacen los demás.

No hay exaltación del individualismo mayor que las del boxeador y del artista. Éste es un condenado a no compartir nada con nadie porque la creación sólo es posible en soledad; aquél se sublima en una forma de locura que lo hace creerse dueño del mundo.

"Cuando se es tan grande como yo, es imposible ser humilde", sentenció Muhammad Alí cuando estaba en el cenit de su gloria. "Todos queremos ir al cielo pero nadie quiere morir", dijo Joe Louis. "Mi causa soy yo", advirtió un día Joe Frazier; y el inefable Macho Camacho nos dejó conocer el más grande de sus anhelos: "¿Mi sueño? Es morir en mis propios brazos".

Cine, literatura, pintura, fotografía, teatro, música, se han enriquecido con este deporte. El arte nace casi nada del motivo inspirador y casi todo de lo que anida en el alma del artista. La sensibilidad de muchos que rozaron la monumental historia del boxeo, y la de sus hombres de calzón corto, ha producido emociones profundas.

Veamos el boxeo con un poco de indulgencia. Cuando un boxeador se abraza al rival, para no caer, es la vida lo que abraza, para no morir. Porque mayor que el temor de caer es el miedo a no levantarse. El boxeador sabe que si no se para a pelear el amor del mundo se esfuma.

El ring es el teatro y el boxeador es un actor muy escrupuloso, intérprete trágico, exégeta de la máscarada de existir.