6 de mayo de 2018

Gennady Golovkin cobra fuerza otra vez

La pelea GGG-Martirosyan fue una desgracia desde que se anunció, porque no suponía riesgos para aquél y porque era una sustitución depauperada del duelo malogrado con el Canelo.

No obstante, el insuceso pudo ser peor. O, dicho de otro modo, yo no esperaba tanto, aunque tanto sea tan poco. Por eso cuando Jack Reiss protegió con el conteo final a ese Vanes Martirosyan martirizado hasta la humillación, dije en la transmisión de televisión: ‘en el boxeo las peleas pueden ser largas o cortas, y eso no tiene que ver con que sean buenas o malas. Ésta fue una pelea corta y buena.’ (Michael Spinks era una maravilla y a Tyson le duró menos que Martirosyan a GGG).

Algunas personas me reconvinieron por esta afirmación. No encontraron nada bueno en la brevedad de la reyerta. Olvidan que a un boxeador no se lo debe criticar por no ser mejor de lo que es, lo único que merece críticas es la indignidad de no entregar en el ring todo lo que se tiene.

Si no esperaban eso, lo que vimos, del armenio, no sé qué esperaban.

El boxeo no es -nunca ha sido- ver pelear siempre al mejor contra el mejor. Leonard defendió contra Bruce Finch, Marvin Hagler contra el Caveman Lee, Joe Louis contra Jack Roper, Lumumba Estaba contra Rafael Lovera, Carlos Zárate contra Messan Kpalongo, y Mike Tyson al salir de la cárcel peleó con Peter McNeely.

Martirosyan es boxeador profesional. Le ofrecieron una pelea y la tomó. Antes había aceptado peleas en las que era el favorito, ahora le tocaba estar del otro lado. Su negocio no es hacer que las peleas sean equilibradas, su negocio es ganar dinero y si se puede gloria deportiva mejor.

Es cierto que camino al ring su rostro era el de un condenado que marcha al patíbulo, pero peleó. Ganó el primer round para varios observadores (para mí no) y en el segundo fracasó porque su proyecto era morirse peleando.

Digo que no se escondió, digo que no se ahorró ni pizca de dolor, digo que puso el pecho a las balas. Nadie si no es un valiente pone el mentón por delante a esos 7/8 golpes finales de GGG que dieron en el blanco con una precisión inaudita.

No pretendo afirmar que esta pelea estuvo bien, pretendo decir que esto es inevitable en el boxeo. Nada para sorprender, siempre ha sucedido. A veces los buenos campeones tienen malos, o débiles, o indignos oponentes.

¿Por qué? Porque los promotores toman ventaja. Porque los organismos que celebran que las peleas sean titulares dicen que sí a aspirantes que deberían vetar, porque las autoridades hacen excepciones reglamentarias (Martirosyan no estaba clasificado, venía de una inactividad extracurricular, y venía de perder).

Lo de ayer, si Golovkin hubiera (el hubiera sí existe) peleado con el Canelo, habría sido histórico, en cambio con lo que vimos ni se habló de las veinte defensas consecutivas de Golovkin que lo igualan a Bernard Hopkins en peso medio.

Rescato que la brevedad de la contienda, y el trabajo sin fallas de Golovkin le agregan contenido a una próxima posible segunda pelea con Álvarez.

Saúl ganó la primera y no se la dieron.

Golovkin exhibió en la definición la precisión de esos juegos en computadora donde una arma infalible acaba con todo. Busque usted una definición de ocho golpes, la que quiera, aunque sea en boxeadores de gran nivel. Verá que fallan cinco.

Gennady Golovkin cobra fuerza otra vez. Cobra fuerza por la genialidad de una definición admirable que nos dice que el legendario combatiente goza de aceptable salud. Esa rúbrica alcanza para salvar su cómoda aventura de ayer.

Con este Golovkin, con un Canelo que se extrañó como nunca, una nueva pelea entre ambos es urgente y necesaria.